El Ánima del Molino

En la acogedora y rústica cocina de la casa de Don Pantaleón Jacobo, Don. Pantaleón el de las pastas, como era conocido popularmente, mientras saboreaba un rico taco de chicharrón con chile y la señora de la casa vigilaba a la aromática cocada que hervía en un caso sobre el fogón de ladrillos, Don Panta boleaba las pastitas de leche y nos obsequiaban con una de sus fantásticas y sabrosas pláticas sobre muertos, espantos y apariciones de animales raros y casi mitológicos como la sierpe, el perro de las dos cabezas y el vampiro de las grutas

Platicaba Don Panta que cuando estaba recién casado, tenia un compadre que trabajaba como velador en el  molino  de Santa Rosa y que ya quería renunciar al empleo porque seguido lo espantaba un muerto que lo dejaba pasmado del susto y que a pesar de que le hablaba, nunca le pudo entender nada. Don Panta le aconsejó que se armara de valor y se hiciera acompañar de él mismo porque tenía seguridad de que él quería, enseñarle o darle algo valioso.

Después de algunas discusiones y tratar de convencer al compadre de que probablemente les tocaba salir de pobres, acudió una noche en su compañía, y efectivamente, a las 12 de la noche en punto se les apareció, el muerto en forma de una persona del sexo masculino de mediana edad vestido como los de antes haciéndoles señales para que lo siguieran.

Los dos compadres, aunque casi desmayados de espanto, lo siguieron hasta el pie de un árbol donde después de señalar hacia un punto desapareció silenciosamente. Una vez que se repusieron de tremendo susto, acordaron ir al interior del molino por una pala y un pico con los que dedicaron a cavar donde les había indicado aquel ente desaparecido, y como un metro y medio bajo tierra, se sorprendieron al encontrar una olla con tejos y monedas de oro macizo, se quedaron helados cuando escucharon después del hallazgo una voz profunda y cavernosa que les decía: “Sáquenlo sin ambición y sin que le pegue la luz del sol».

Pusieron manos a la obra y sacaron la olla con su valioso contenido, se sentaron a descansar un poco y comenzaron a platicar, el compadre lleno de entusiasmo decía: ahora si Panta, con tanto dinero nos vamos a hacer ricos y haremos que otros trabajen para nosotros, yo por mi parte voy a humillar y a maltratar a los cabrones ricos que conmigo lo han hecho, a tener un montón de viejas, y a parrandear diariamente, voy a prestar dinero a rédito y a quedarme con propiedades, carros y mas cosas para hacer mas grande mi riqueza.

Don Panta únicamente lo escuchaba y pensaba «yo creo que mi compadre ya esta azogado» (se cree que al sacar oro enterrado este suelta un gas llamado «azogue» que mata o vuelve locos a los que lo aspiran) y le dijo: Compadre, mejor ya vayámonos que no tarda en amanecer y el ‘muerto, muy claro nos advirtió que no
ambicionáramos nada respecto al entierro y que no le pegara el sol.

Así lo hicieron, pero al tratar de levantar la gran olla esta solamente se movía unos cuantos centímetros por lo que sudorosos y fatigados los sorprendió el amanecer y ¡oh sorpresa y desilusión! cuando lograron llegar al Camino Real ya con el sol como media garrocha de alto destaparon la olla que habían cubierto con sus ropas y ante sus azorados ojos, las monedas de oro fueron transformándose en carbón.

Así terminó su relato el buen Don Panta, diciendo: toda la culpa la tuvo el ambicioso de mi compadre al que desde entonces, le negó el habla.

Leyenda de Ciudad Hidalgo, su autor la publicó originalmente aquí.

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